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A 100 años del fallecimiento de la nieta de José de San Martín

La vida de Doña Josefa Dominga Balcarce estuvo marcada por el amor familiar, el compromiso con la historia y la dedicación hacia los demás, cualidades que pocos argentinos han valorado

17 de abril, 2024 - 10:47

Una tarde de primavera del lunes 14 de abril de 1924, en la localidad de Brunoy, más precisamente en el chateau reconocido por sus vecinos como el de los Gutiérrez de la Fuente, la mente de una anciana de 87 años empezó a oscurecerse y perdió el conocimiento ante la mirada atónita de las dos damas que la asistían.

Días atrás, se la veía con gran energía física y mental, recordando acontecimientos vividos junto a sus seres queridos, que ya eran difuntos.

Después se supo que durante esos días de agonía, la señora –a quien llamaban Pepá– sólo había pronunciado con voz muy débil la palabra “tatita”.

Poco después se percibió en aquella habitación un prolongado suspiro y cuando el reloj marcaba las 8 de la mañana del jueves 17 de abril, los ojos de Pepá se cerraron, sellando para siempre la descendencia de un apellido y una familia que trascendió el tiempo y las fronteras: los San Martín.

Un corresponsal argentino del diario distinguido de Buenos Aires, quien estaba radicado en París desde hacía varios años, fue llamado por los deudos de Pepá para que informara que había fallecido doña Josefa Dominga González Balcarce, nieta del Libertador José de San Martín e hija de don Mariano Balcarce y de Mercedes San Martín.

Aquel periodista de origen español, Fernando Ortiz Echague, uno de los más destacados en Hispanoamérica, llegó a Brunoy luego de transitar por automóvil más de 30 kilómetros desde París, por la ruta que iba a Fontainebleau.

Al llegar, muchos vecinos se habían congregado en aquella morada donde los restos de doña Josefa estaban siendo velados.

El cronista, quien había conocido a la heroína de Francia y durante su vida había compartido cientos de anécdotas sobre su abuelo y su familia, debía dar la triste noticia a los argentinos. Fue así que dos días después los habitantes de esta parte del Atlántico se enteraban de que la nieta del “Santo de la Espada” –como lo denominó Ricardo Rojas– había muerto.

Dos días después, sus restos fueron conducidos al cementerio de Brunoy y depositados en el mausoleo de la familia Balcarce, que guardaba los restos de sus padres y su hermana mayor, María Mercedes. Una cantidad de público se reunió y el alcalde de Brunoy habló para elogiar a una benefactora. La asistencia desfilaba religiosamente frente a su féretro, y antes de darle el último adiós, también lo hicieron viejos soldados y algunas religiosas.

Pepá, la 'francesita' que conquistó corazones

Corría el verano de 1836. En la petit maison de Grand Bourg, un suburbio de Évry, a 27 kilómetros al sur de la capital, se erige como un punto de inflexión para el destino de una familia en particular.

En un tiempo marcado por los susurros del cambio, el 14 de julio Mercedes dio a luz una nueva vida, que como una estrella en el firmamento de la historia, iluminó el camino de la familia. Ese día nació Josefa Dominga.

Su nombre, una oda a los antepasados que tejieron los hilos de su linaje, resonaba con la melodía de las tradiciones familiares. Pero para todos aquellos que la conocieron, ella sería siempre Pepita.

Casa de Grand Bourg donde vivió el General San Martín.

Desde su primer aliento, la niña compartió un vínculo único con su abuelo, el venerado José de San Martín. Fue él quien, con mano firme pero tierna, la inscribió en el registro civil de Évry-sur-Seine, trazando así el primer capítulo de su legado.

Entre los parientes que estuvieron a su lado y le brindaron su afecto, cabe destacar a su tío, el escritor y poeta don Florencio Balcarce y Buchardo, que residió junto a su abuelo y familia en aquella casa, quien enfermó y tuvo que partir en 1839 hacia Buenos Aires, donde murió el 16 de mayo de ese mismo año.

Tanto Pepita como su hermana mayor crecieron con el cariño familiar, pero aquel abuelo que había combatido con gran fervor y heroísmo en cientos de batallas, dando la libertad a gran parte de Sudamérica, permitía que la pequeña Pepá –como acostumbró llamarla– jugara con las medallas que una vez adornaron su pecho como militar.

A través de estas sencillas, pero significativas acciones, el abuelo San Martín sembró las semillas de la admiración y el respeto en el corazón de Pepita, forjando un lazo que trascendería el tiempo que fue transcurriendo en una paz y armonía que aquel General anhelaba desde que había finalizado su campaña, allá por aquel lejano año de 1822.

Pero el destino es un tejedor de caminos intrincados, y en 1848 los vientos de cambio sacudieron una vez más el horizonte.

La revolución que barrió con el reinado de Luis Felipe I llevó a José de San Martín y la familia Balcarce a tomar la decisión de viajar al Reino Unido para buscar refugio.

Pero fue en la localidad de Boulogne sur Mer, una pintoresca población costera cerca de Calais, frente al Canal de la Mancha, donde se establecieron en una casa del Nº 5 de la Rue Grandem, cuyo propietario, Henry Adolphe Gerard, la arrendó a aquella familia.

En esta vivienda ubicada en Boulogne Sur Mer residió Doña Pepa Balcarce.

Los últimos dos años de vida del vencedor de Maipú fueron acompañados por el afecto de Josefa y su hermana, quienes realizaban largas caminatas por aquellas calles de Boulogne.

La salud del abuelo de Pepa comenzó a deteriorarse súbitamente y el 17 de agosto de 1850 el héroe de la Patria Argentina falleció para pasar a la inmortalidad.

La partida de aquel abuelo rígido, pero cariñoso, dejó un vacío imposible de llenar en el corazón de Pepita. Tres años después sufrirá la muerte de su querida abuela paterna, doña Dominga Francisca Buchardo, madre de Mariano Balcarce y administradora de los bienes del Libertador.

Siendo una adolescente, ella y su familia se trasladaron en 1854 a Brunoy, donde los Balcarce adquieren un petit chateau, una mansión entre cuyas paredes resonaban los ecos de un pasado glorioso.

La joven hablaba varios idiomas, era una gran artista plástica, gran lectora y estaba considerada como una mujer muy culta y muy considerada entre la aristocracia francesa.

El 21 de mayo de 1860 la tragedia golpeó una vez más a la familia Balcarce con la muerte prematura de su hermana, María Mercedes. Su pérdida, aunque dolorosa, reforzó el compromiso de la familia con su legado y su memoria.

Al año siguiente, más precisamente el 15 de junio de 1861, Josefa encontró su camino hacia el altar, uniéndose en matrimonio con Eduardo María de los Dolores Gutiérrez de Estrada y Gómez de la Cortina, funcionario diplomático de México en Francia.

Durante abril de 1880, Pepita Balcarce honró la memoria de su abuelo, despidiendo sus restos en el puerto de El Havre (Francia).

El matrimonio Gutiérrez de Estrada estará acompañado por la tía paterna doña María Melitona Balcarce y Buchardo, quien morirá en París el 7 de marzo de 1902.

Con posterioridad al fallecimiento de su padre Mariano, ocurrido el 20 de febrero de 1885, colaboró con el entonces expresidente Bartolomé Mitre, donando en 1888 la valiosa correspondencia de su abuelo para que éste pudiera editar el primer libro sobre la vida del General San Martín.

Su devoción por preservar la historia se hizo evidente al ceder, en 1895, al Museo Histórico Nacional el mobiliario que perteneció al Libertador, permitiendo así que las generaciones futuras se sumergieran en su legado.

Su esposo morirá en Brunoy el 29 de noviembre de 1904, y doña Josefa se abocará de lleno a la creación de la Fundación Balcarce y Gutiérrez de Estrada, que se dedicaba al cuidado de ancianos y niños.

Heroína de Francia

Cuando en 1914 se inició la Gran Guerra, mejor conocida como la Primera Guerra Mundial, doña Josefa Balcarce demostró su verdadero espíritu altruista.

Transformó su hogar en un hospital, atendiendo a soldados franceses y alemanes con igual dedicación. Su lema era simple pero poderoso: "¿Están heridos? Entonces, ¡éntrelos!".

Aunque la guerra trajo consigo desafíos, Pepita se mantuvo firme en su compromiso. Su valentía y dedicación no pasaron desapercibidas, siendo condecorada con la Legión de Honor y distinguida por la Cruz Roja.

Al final de su vida, Pepita legó varias propiedades heredadas en Buenos Aires. Una de ellas fue la casa materna, legada por su madre, llamada la casa de los Balcarce o la casa del hombre bueno, ubicada en el 134 de la calle homónima, que fue donada al Patronato de la Infancia, igual que otra en calle San Martín y Presidente Perón, en pleno centro de la ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Mausoleo de la familia Balcarce, donde descansan los restos de Josefa.

Aquí, en Mendoza, la tierra de su madre, realizó donaciones de dinero para diferentes entidades de beneficencia.

Su vida, marcada por el amor familiar, el compromiso con la historia y la dedicación a los demás, nunca fue valorada por los argentinos, que prácticamente se sorprenden al conocerla.

Hoy se cumplen 100 años de aquel luctuoso acontecimiento, y para la mayoría de las autoridades de nuestro país esta fecha pasará inadvertida, como también para los argentinos, sin saber que Pepita fue la última de los San Martín.